Las aves cariñosas te
cantaban,
Las brisas tu cabello
acariciaban
Con ósculos de amor,
Y cuando la pisó tu
pie de nieve,
No perdió de amorosa
ni de leve
La más delgada flor.
Yo bebía en tus ojos
dulce encanto,
Y envidiaba mi dicha
el ángel santo,
Y el mismo serafín,
Que, al eco de tu
voz, dejaba el cielo,
Por gozar tu mirada
de consuelo,
Volando en el jardín.
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¿Y quién nos borrará de la memoria
Nuestro pasado bien y nuestra gloria
Y excelsa beatitud,
Para que, sin tormentos, sin enojos,
Cerremos breve instante nuestros ojos
Con sueño de quietud?
¿Y quién ha de dormir, si está presente
Del ofendido Dios omnipotente
La eterna maldición?
¿Si enluta nuestros pasos, nuestra vida,
Y con llama feroz, desconocida,
Nos quema el corazón?
(Fragmento)
Juan Arolas (1805-1849)
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