Hace años, cientos de nipones
acababan con sus vidas entre los árboles. Hoy ni siquiera existen cifras para
evitar el contagio. ¿Qué está pasando ahí dentro?
En 2016 'El bosque de los
suicidios', la película de terror dirigida por Jason Zada y protagonizada por
Natalie Dormer –a quien muchos recordarán por su papel de Margaery Tyrell en
'Juego de tronos'– que explota el viejo mito del bosque de Aokigahara. En ella,
Sara (Dormer) se penetra en la arboleda del paisaje nipón en busca de su
hermana desaparecida, a pesar de las advertencias sobre su carácter
sobrenatural, y allí se encontrará (¡sorpresa!) con un buen puñado de almas en
pena.
¿Cuánto hay de cierto y cuánto de
leyenda en el supuesto carácter fantasmal del bosque?
Como suele ocurrir con
esa clase de lugares, los mitos terminan convirtiéndose en realidad a medida
que el pasa el tiempo, como si se tratase de una profecía autocumplida en la
que, además, la cultura popular juega un papel clave. Hay pocas dudas de que,
hoy en día, se ha convertido en el lugar preferido de los suicidas japoneses
para poner fin a sus vidas, un dudoso honor que le convierte en el tercer sitio
donde más personas ponen término a su existencia después del Golden Gate en San
Francisco y el puente sobre el Yangtze de Nanjing, en China.
El origen de la leyenda arranca
en algún momento de la antigüedad. El Aokigahara se encuentra en la ladera
noroeste del monte Fuji, considerado sagrado desde hace milenios. Los nipones
consideraban el monte una entrada a los cielos, como si se tratase del ombligo
del cuerpo humano que sería el centro de la Tierra. El bosque se formó bastante
después, sobre la lava expulsada por el Fuji entre los años 800 y 1083, en unos
35 kilómetros cuadrados. Muchos consideraban que se trataba de un purgatorio
para yureis y yokais, los fantasmas de los que perdieron la vida de manera
trágica y que, supuestamente, evitan que los que se adentran en el bosque
salgan.
Muy interesante
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